Un fuerte viento soplaba afuera, pero el calor de adentro mantenía a todos cómodos. Se sentían como en su casa, a pesar de que se habían reunido en ausencia del dueño.
La logia vestía de rojo, como todos los fines de semana que ocupaban en las reuniones. Tan rojas eran sus ropas, tan oscuras y tan intensas, que la piel de muchos se veía levemente verdosa en contraste con el carmín de los géneros.
La chimenea encendida ostentaba una gran pila de leños en combustión. Aquí y allá, restos del reciente festín y de las pruebas del delito se quemaban lentamente, esparcidos entre las cenizas.
Cereza, Frambuesa y Arándano conversaban junto a la mesa de buffet. Ninguno de ellos vio el cuchillo que, rápido y silencioso, atravesó el corazón de su camarada. La mano de Grosella soltó la copa, cuyo contenido se volcó sobre su ropa empapada en sangre.
No fue hasta media hora más tarde, cuando notaron el silencio que reemplazó a la voz de Grosella, que descubrieron la muerte.
Aunque les fue un poco difícil encontrar la herida, debajo de la gran cantidad de sangre volcada de la copa.
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