Tengo muchas ganas de escribir algo, pero también tengo 20 minutos, y no creo que alcance para nada, en verdad.
Estoy en la sala de Informática, pero no le digan a nadie, porque no se supone que tenga que estar acá. También esta Lisandro, pero creo que juega al Gran DT o algo por el estilo, por los comentarios que hace.
Todavía me duran las pesadillas que tuve con la fiebre. Y juro que no se me van a ir más. Cosas tan espantosas y desesperantes. Algunas incluso podrían llegar a suceder si no ando con cuidado. Y otras... no las puede saber nadie. No sé por qué a veces no me acuerdo de lo que sueño, pero sí sé que mis sueños parecen tener vida propia, se apoderan de mi mente y me dejan dormida con los ojos abiertos durante horas. Hasta que los cierro y me duermo otra vez.
Mis intentos racionales de ponerle pies y cabeza a las cosas que no lo tienen no dan resultado. ¿Qué tengo que hacer? Dejarme llevar por la corriente no me deja satisfecha, y, peor aún, me perturba. El solo hecho de pensar que alguna vez podría perder lo que soy y convertirme en movimiento de la masa me da terror.
Hablando de cosas que me dan terror... Esa película sintetiza más o menos todo lo que alguna vez pensé al respecto. Me da miedo todo eso, y tengo más miedo aún porque algunos dicen que los que son diferentes deber comportarse como tal. Y no quiero. Me duele pero no quiero.
Lidia espía, pero todavía no me vio. No entiendo cómo no escucha que hay alguien en la sala, si los teclados hacen un ruido estrepitoso. Tal vez se escuche más fuerte todavía porque son las dos y cuarto de la tarde, y la ciudad duerme. Pero yo tengo Educación Física y no tengo ganas de moverme, de correr, de jugar ni de discutir cosas que no vienen al caso. Porque para eso están las noches de desvelos, los semáforos silenciosos, el viento en el cuello y las calles vacías que pelean en el impulso de arrastrar a la gente a sus entrañas, pero a las que les gana una cama confortable.
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